En las profundas y ardientes entrañas de un anciano y enérgico volcán, donde los ríos de lava serpentean como dragones de fuego, habitaba un monstruo de magníficas y enrojecidas escamas, con ojos brillantes como rubíes. Denominado por todos como el Monstruo de Lava, era temido y venerado en el mundo subterráneo, pero en su corazón, ardía el anhelo de cariño y compañía, como la llama de una vela solitaria en la noche.
Durante el día, el Monstruo de Lava esculpía en las rocas figuras y formas diversas en busca de saciar esa soledad que le consumía. Cierto día, mientras tallaba una sonrisa en una piedra particularmente suave y clara, el volcan vibró súbitamente, sacudiendo los cimientos de la montaña de fuego. Lo que antes era roca, ahora cobraba vida en sus manos, transformándose en una muñeca de piedra tan delicada y liviana que podría haber sido llevada por la brisa si esta penetrara aquellos dominios.
—Qué sorpresa tan asombrosa —exclamó el Monstruo de Lava, observando cómo la muñeca abría sus ojitos hechos de piedrecitas brillantes—. Nunca imaginé que podrías cobrar vida en un lugar tan desolado como este.
A pesar de que la muñeca no podía hablar, su mirada era elocuente y el Monstruo de Lava dedujo que su nueva compañera estaría tan ansiosa como él por encontrar un amigo de corazón.
Prometiendo velar por su bienestar, el Monstruo de Lava decidió llevar a la muñeca de piedra a explorar las profundidades del volcán. Fue así como se toparon con un pasadizo secreto, oculto tras una cascada de lava que caía como un velo naranja. Con la cuidadosa protección de sus escamas, el Monstruo de Lava ayudó a la muñeca a cruzar el río ardiente y, al otro lado, descubrieron un mundo perdido, un valle oculto que el tiempo y la tierra habían olvidado.
Era un lugar mágico, donde cristales gigantes crecían en lugar de árboles y las flores eran de gemas, despidiendo destellos en un sinfín de colores. En el centro de este valle cristalino, reposaba un dinosaurio de cristal cuyas facetas reflectaban la luz en todas direcciones, proyectando arcoíris que danzaban en las paredes del volcán. Al sentir la presencia de visitantes, el Dinosaurio de Cristal despertó de su milenario letargo con un estremecedor crujido, y sus ojos transparentes se posaron sobre el Monstruo de Lava y la muñeca.
—Bienvenidos a este ancestral rincón olvidado —dijo el Dinosaurio de Cristal con una voz que resonaba melodiosa como el choque suave de las piedras preciosas—. ¿A qué debo tan inesperada visita?
—Erramos por estos dominios buscando amistad —respondió el Monstruo de Lava con una voz que fluyó cálida como la lava misma—. Ella es mi acompañante silenciosa, una muñeca de piedra que cobró vida por los designios del volcán.
El Dinosaurio de Cristal se inclinó gentilmente para observar a la indefensa criatura de piedra, que, con sus ojitos resplandecientes, expresaba un deseo de explorar y jugar como cualquier niño de la superficie.
—Por eones, he estado aquí, custodiador de los secretos que yacen bajo el cristal y la gema —declaró el Dinosaurio de Cristal—. Pero el corazón de cristal también puede sentir la soledad de los milenios. Quédense y compartamos historias y risas, demos compañía al eco de la eternidad.
Juntos, los tres amigos pasaron tardes enteras jugando y explorando los rincones de aquel reino de cristal. El Monstruo de Lava y la muñeca escuchaban embelesados las historias que el Dinosaurio de Cristal narraba, relatos sobre lo que creció en el lecho del volcán antes de que el tiempo hiciera estallar el monte y lo cubrieran las capas de la tierra.
Y mientras el Monstruo de Lava descubría la felicidad de la amistad verdadera, la muñeca aprendió a comunicarse, usando señales con sus manitas de roca y respondiendo con bailes a los cuentos que llenaban el aire de magia. El Dinosaurio de Cristal, por su parte, redescubrió la dicha del presente después de habitar tanto tiempo en las sombras del pasado.
Al tiempo que crecía su afecto, un desafío inesperado comenzaría a gestarse, como un susurro furtivo en los recónditos corredores del volcán. Una presencia desconocida, que había estado observado desde las sombras, se acercaría para cambiar la historia de esta amistad para siempre.
Pero eso, queridos amigos, es una aventura para otro día, cuando el corazón se halle ansioso de más leyendas y nuestro Monstruo de Lava, la muñeca de piedra y el Dinosaurio de Cristal nos inviten una vez más a la calidez eterna del hogar que han forjado entre cascadas de lava y jardines de cristal.