En el corazón de un bosque frondoso y misterioso, donde los árboles susurraban secretos antiguos y las flores danzaban al son del viento, se erguía una majestuosa biblioteca. Sus altas paredes estaban cubiertas de hiedras y musgo, dándole la apariencia de un antiguo castillo olvidado, y sus grandes ventanales siempre estaban abiertos, invitando a cualquier aventurero a descubrir sus tesoros ocultos.
—¡Carambolas! —exclamó un ogro de aspecto imponente y corazón tierno, al empujar las enormes puertas de madera de la biblioteca. El ogro, que no tenía nombre, pero amaba los cuentos tanto como los dulces de membrillo, entró de puntillas, algo difícil para alguien de su tamaño, pues no quería perturbar la paz del lugar.
El interior de la biblioteca era aún más impresionante: altos estantes de madera repletos de libros de todas las formas y colores se alzaban como gigantes amables, guardando el conocimiento y las historias de incontables mundos. A la luz de las lámparas, que colgaban como lunas doradas del techo, una gran mesa de roble se presentaba en el centro, sus patas talladas con imágenes de dragones y seres míticos parecían cobrar vida.
—Humm, ¡qué lugar tan acogedor para leer mi libro favorito! —murmuró el ogro mientras buscaba entre los anaqueles.
De repente, un sonido peculiar llamó su atención. Era un susurro suave y rítmico, como el viento entre las hojas de otoño, y provenía de una esquina olvidada de la biblioteca, donde los libros parecían más antiguos y misteriosos. Con paso cauteloso y una curiosidad que le hacía cosquillas en la punta de sus orejas, el ogro se acercó para investigar.
—¿Hay alguien aquí? —preguntó con voz amable, mientras cerca de una estantería vieja divisaba una forma que se deslizaba suavemente entre las sombras.
—Shhh, ¡estoy leyendo! —respondió una voz que parecía un eco lejano, pero al mismo tiempo lleno de calor, como una hoguera en una noche de invierno.
El ogro parpadeó varias veces antes de poder discernir la figura que tenía enfrente. Era un dragón, pero no cualquier dragón, sino uno de los más peculiares que jamás hubiera imaginado. Su piel era de un brillante color esmeralda, y poseía unas gafas redondas, que reposaban sobre su hocico, dándole un aire erudito. Tenía un libro entre sus garras y miraba al ogro con ojos llenos de sabiduría y un toque de picardía.
—¡Oh, lo siento, no quería interrumpir! —se disculpó el ogro, sintiendo que se le calentaban las mejillas de vergüenza.
—No te preocupes —contestó el dragón con indulgencia—. No todos los días recibo la visita de un ogro lector en mi humilde biblioteca.
El ogro no sabía qué decir. No esperaba encontrar un dragón, y menos uno que leyera y habitara en una biblioteca tan encantadora.
—Mi nombre es Fulgencio —dijo el dragón extendiendo una garra gentilmente hacia el ogro—. Y tú, ¿cómo te llamas?
—Pues, la verdad es que no tengo un nombre. Los ogros de mi bosque no suelen usarlos —respondió el ogro, sintiendo que esa realidad de repente le parecía un poco triste.
—Entonces, te nombraré Gustavo —declaró Fulgencio con una sonrisa que mostraba dientes no muy afilados pero sí bien cuidados—. Es un nombre fuerte y bondadoso, como tú pareces ser.
Gustavo el ogro sonrió, y en ese instante, se forjó una amistad que prometía innumerables aventuras.
—Gustavo, me gustaría mostrarte la sección más especial de esta biblioteca —dijo Fulgencio con entusiasmo—. Sígueme, por favor.
El dragón guió a Gustavo hacia la mesa de roble que había llamado su atención al entrar y, con un movimiento de su cola, tocó uno de los tallados de dragón en sus patas. De repente, los libros alrededor de la mesa comenzaron a flotar, girando en un torbellino mágico.
—Estos son los Libros Vivientes —explicó Fulgencio mientras los libros desprendían un suave resplandor—. Cada uno contiene una aventura que espera ser vivida en vez de solo leída.
Gustavo miró maravillado, nunca había escuchado tal cosa en toda su vida. Los libros se detuvieron y uno cayó frente a ellos en la mesa.
—Vamos, ábrelo —animó Fulgencio, como quien invita a dar un salto al vacío sabiendo que habrá una red que atrapará a quien se atreva.
Con manos temblorosas pero decididas, Gustavo abrió el libro y una luz los envolvió. Las letras bailaban ante sus ojos y de las páginas surgieron imágenes, sonidos, olores…
…Y así, juntos, el ogro y el dragón de la biblioteca, sumergidos en la magia de los libros y la calidez de la amistad, comenzaron el primero de muchos capítulos aventureros que jamás quisieron que tuvieran fin.