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El misterio del río centelleante

En la ribera de un río donde las aguas danzaban bajo el sol como si estuvieran hechas de purpurina, vivía un valiente policía llamado Leo. Era conocido en todo el pueblo no solo por su valentía y su justicia, sino también por su corazón bondadoso y siempre dispuesto a ayudar a los demás.

Un día, mientras Leo patrullaba cerca del río, escuchó un sonido peculiar, como el de unas alas batiendo tan suave y melódico que cualquiera lo habría confundido con el viento. Al girar, se encontró con una vista asombrosa: una cigüeña de plumaje blanco como la nieve, que destacaba contra el cielo azul.

—Buenos días, señor policía —saludó la cigüeña con una voz que sonaba como el murmullo de las aguas del río.

Leo, sorprendido pero encantado, respondió:
—Buenos días, señora cigüeña. Es inusual ver a una cigüeña por esta parte del río. ¿Existe algún motivo especial para su visita?

La cigüeña miró a Leo con sus profundos ojos azules antes de relatar su motivo.
—Estoy aquí buscando ayuda. Verás, cada cien años, en el río aparece una llave mágica que abre un portal a un mundo donde los ríos fluyen de colores y los árboles cantan melodías. Esta llave solo puede ser vista y recogida en la noche de Luna Llena, que es esta noche. Pero para encontrarla, necesito a alguien con un corazón puro y valiente. Y sé que tú eres justo esa persona, Leo.

Leo, con una mezcla de emoción y responsabilidad, aceptó el reto sin dudarlo.

—Te ayudaré, señora cigüeña. Juntos encontraremos esa llave.

Así, al caer la noche y bajo el mágico brillo de la Luna Llena, comenzaron su búsqueda. Leo y la cigüeña caminaron a lo largo de la ribera, buscando entre las piedras brillantes y las algas que bailaban al compás de la brisa nocturna.

De pronto, una luz suave emanó de entre las rocas cercanas al agua. Leo se acercó cautelosamente y ahí, incrustada en una piedra, estaba la llave. Brillaba con una luz propia, destellando tonos de azul, verde y plata, como si contuviera la esencia misma del río.

—¡La hemos encontrado! —exclamó Leo, maravillado.

Con delicadeza, extrajo la llave de su lecho de piedra y en ese instante, un caleidoscopio de luces danzantes surgió del río, formando un arco que revelaba la entrada a un mundo desconocido.

Sin dudarlo, la cigüeña y Leo cruzaron el portal. Lo que vieron los dejó sin palabras. Ante ellos se extendía un valle donde los ríos fluían en tonos de zafiro, esmeralda y rubí; los árboles susurraban canciones con voces dulces y armoniosas, y en el aire flotaba un aroma dulzón que calmaba el espíritu.

—Este lugar es increíble —murmuró Leo, sin poder apartar la vista del espectáculo ante él.

—Y es gracias a tu valentía y bondad que pudimos abrir el portal. Este lugar solo se revela a aquellos que son verdaderamente dignos —dijo la cigüeña, con una sonrisa en su rostro.

Pero sabían que no podían quedarse allí para siempre. Después de explorar el mágico valle y prometer guardar su secreto, regresaron al río, justo a tiempo para ver cómo las primeras luces del alba teñían el cielo.

—Gracias, Leo, por tu ayuda. Este lugar estará seguro hasta que la llave aparezca nuevamente, dentro de cien años —dijo la cigüeña, preparándose para partir.

—Ha sido un honor ayudarte. Este día lo recordaré siempre —respondió Leo, con una mezcla de tristeza y alegría.

Con un último batir de alas, la cigüeña se elevó hacia el cielo, dejando atrás a Leo, quien regresó a su vida cotidiana con una historia increíble que guardaría en su corazón para siempre. Y cada noche, al mirar las estrellas reflejadas en el río, recordaba la aventura vivida y el misterio del río centelleante que continuaba fluir, guardando secretos esperando ser descubiertos otra vez.

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