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Un hipopótamo contra un vampiro en el parque

El sol comenzaba a esconderse detrás de los árboles del parque, tiñendo el cielo de un anaranjado brillante. Junto al lago, rodeado de grandes piedras y arbustos, vivía un hipopótamo de nombre Hugo. Hugo era un hipopótamo muy curioso y siempre buscaba nuevas aventuras con sus amigos animales del parque. Ese día, sin embargo, algo inusual estaba por ocurrir.

Mientras Hugo se daba un chapuzón en el lago, escuchó un extraño murmullo proveniente del bosque. Suaudaz naturaleza lo llevó a investigar. Se sacudió el agua de su piel gruesa, y con pasos pesados pero sigilosos, se adentró en el bosque. Los arbustos comenzaban a moverse y las sombras a alargarse misteriosamente.

De repente, Hugo se encontró cara a cara con una figura pálida con largos colmillos y capa negra. Era Vlad, un vampiro que había decidido pasar sus vacaciones en el parque. Hugo nunca había visto a nadie como él y su curiosidad no hizo más que aumentar.

— ¿Quién eres y de dónde vienes? —preguntó Hugo, con una mezcla de asombro y precaución.

— Me llamo Vlad —respondió el vampiro, agitando suavemente su capa y mostrando una sonrisa enigmática—. Vengo de un lejano castillo en la cima de una montaña. He decidido explorar este parque para ver qué maravillas esconde.

— Encantado de conocerte, Vlad —saludó Hugo—. Yo soy Hugo y este parque es mi hogar. ¿Te gustaría que te muestre sus secretos?

Vlad aceptó la invitación de Hugo con un asentimiento amable. Juntos recorrieron el parque, descubriendo los rincones más ocultos. Sin embargo, a medida que avanzaba la noche, Hugo empezó a notar algo extraño en su nuevo amigo. Vlad solo salía de entre las sombras y parecía evitar la luz de la luna.

Caminando por un sendero de piedras, Hugo no pudo evitar preguntar:

— ¿Por qué evitas la luz de la luna, Vlad?

— Debido a que mis habilidades especiales solo funcionan en la oscuridad —contestó Vlad, bajando ligeramente la mirada—. La luz de luna me debilita un poco, pero no te preocupes, soy perfectamente inofensivo hacia los animales del parque.

La explicación de Vlad calmó un poco a Hugo, quien decidió continuar con el paseo. Llegaron a un prado lleno de flores luminosas y Hugo comenzó a contar las historias que conocía sobre las criaturas del parque. En ese momento, una nube negra cubrió la luna y el parque quedó en completa oscuridad.

De la nada, se escucharon voces agudas y chillidos provenientes de la espesura del bosque. Hugo sintió un ligero temblor de miedo en sus patas, pero Vlad, con su rostro sereno, avanzó más a fondo en la oscuridad.

— ¿Quién anda ahí? —preguntó Vlad, sin rastro de miedo en su voz.

A su llamado, unas pequeñas figuras aladas salieron de los arbustos. Eran un grupo de murciélagos perdidos que habían sido atrapados por la noche y no podían encontrar su cueva. Vlad extendió su capa y los murciélagos se reunieron alrededor de él, tranquilizándose con su presencia.

— No teman, pequeños amigos. Yo, Vlad, los ayudaré a encontrar su hogar —dijo con voz suave.

Los murciélagos guiarían a Vlad y Hugo a través de un sendero secreto que solo ellos conocían. A medida que avanzaban, el camino se volvía más angosto y las sombras se hacían más profundas. Hugo se mantenía cerca de Vlad, ahora confiado en las buenas intenciones de su misterioso amigo.

Llegaron a una cueva oculta por enredaderas y hojas. Los murciélagos encontraron su hogar y comenzaron a agradecer a Vlad con alegres chirridos. La cueva, sin embargo, parecía contener algo más.

— Siento una energía extraña aquí, Hugo —dijo Vlad—. Algo nos espera adentro.

Con valentía, Hugo entró en la cueva y encendió una pequeña luz que llevaba en su mochila. Lo que descubrieron los dejó sin palabras: un cofre antiguo lleno de medallas y pergaminos viejos.

— Esto debe ser un tesoro viejo de algún explorador del parque —musitó Hugo, tocando con cautela uno de los pergaminos.

Vlad, fascinado por el hallazgo, examinó las medallas y los papeles. Pronto descubrieron que los pergaminos revelaban la historia de cómo un grupo de valientes animales había protegido el parque de una terrible tormenta hace muchos años.

— Este parque es más especial de lo que imaginaba —dijo Vlad, con una chispa de admiración en sus ojos.

— ¡Sí que lo es! Y ahora eres parte de su historia también, Vlad —respondió Hugo con una gran sonrisa—. Gracias por ayudar a los murciélagos y por ser un buen amigo.

El tiempo en la cueva había pasado rápidamente, y la primera luz del amanecer comenzaba a filtrarse por la entrada. Vlad sabía que debía regresar a su hogar antes de que el sol estuviera totalmente en el cielo.

— Tengo que volver a mi castillo, Hugo. Fue una noche inolvidable, y me alegra haberte conocido —dijo Vlad, despidiéndose.

— Lo mismo digo. Vuelve cuando quieras, Vlad. Aquí siempre tendrás amigos —respondió Hugo, moviendo su cola alegremente.

Vlad se despidió con una última sonrisa y desapareció rápidamente en la sombra del bosque. Hugo, contento por la aventura vivida, regresó al lago, sabiendo que había hecho un amigo muy especial y que el parque guardaba muchos más secretos por descubrir.

Mientras el sol se alzaba en el cielo, Hugo se acomodó junto al lago, recordando la extraordinaria noche que había tenido con su nuevo amigo vampiro y esperando con ansias la próxima aventura.

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