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El hipopótamo de la colina mágica

En lo más alto de la colina brillante, donde el césped baila al compás del viento y las flores cantan melodías de colores, habitaba Hugo, el hipopótamo más curioso de la tierra encantada de Aqueronte. Hugo era diferente a cualquier otro hipopótamo que hubieses conocido; tenía un pelaje de un azul intenso como el océano en calma, y unos ojos tan grandes y luminosos que parecían dos faros guiando a los viajeros en la noche.

Un día, mientras Hugo se aventuraba por los rincones desconocidos de la colina, encontró algo que cambiaría su vida para siempre: una capa dorada, tejida con los hilos del sol de verano y adornada con gemas que reflejaban cada color que existiese y los que aún estaban por inventarse. La capa reposaba delicadamente sobre una roca, como si el viento la hubiese llevado hasta allí para él.

—¿Quién habrá dejado esta maravilla aquí? —se preguntó Hugo, inspeccionando la capa con curiosidad.

Sin poder resistirse, Hugo se arropó con la capa, y de inmediato, sintió un cosquilleo que recorría todo su ser; sus patas empezaron a levitar del suelo, dejándolo flotando en el aire. ¡La capa tenía poderes mágicos!

—¡Wow! ¡Puedo volar! —exclamó Hugo, revoloteando alrededor de la colina como un majestuoso pájaro azul.

Pronto, la noticia del hipopótamo volador se esparció por todos los rincones de Aqueronte, atrayendo a criaturas de todas partes que querían ser testigos de aquel increíble espectáculo. Sin embargo, no todos veían esto como una maravilla; lejos, en las sombras más oscuras del bosque, un zorro astuto y envidioso, conocido como Zoltán, tramaba un plan para apropiarse de la capa.

—Esa capa me pertenece. Con ella, finalmente podré abandonar este sombrío bosque —murmuró Zoltán para sus adentros, con un brillo malicioso en sus ojos.

Mientras tanto, Hugo se había convertido en el protector de la colina, usando sus nuevos poderes para ayudar a sus amigos. Salvaba cometas atrapadas en los árboles para los conejitos, llevaba agua de la cascada a los campos resecos durante el verano y narraba historias de las estrellas a los animales que nunca habían visto el cielo nocturno debido a las espesas sombras del bosque.

—Gracias, Hugo, por traernos las estrellas —decían las criaturas, con ojos llenos de admiración.

Una tarde, mientras Hugo ayudaba a una pequeña ardilla a recuperar sus nueces perdidas, Zoltán se acercó sigilosamente y lanzó una red mágica sobre él, atrapándolo.

—Finalmente, la capa será mía —dijo Zoltán, riendo malvadamente mientras intentaba quitársela.

Pero algo increíble ocurrió; la capa, que reconocía la bondad pura de Hugo, rechazó a Zoltán con una fuerza arrolladora, liberando a Hugo de la red.

—¡Oh! —exclamó sorprendido Zoltán, cayendo de espaldas.

Con Zoltán confundido en el suelo, Hugo aprovechó para hablarle de corazón a corazón.

—Zoltán, no necesitas robar para encontrar tu lugar en este mundo. La colina mágica tiene espacio y amor para todos. Ven conmigo, y juntos podemos hacer de Aqueronte un hogar aún más maravilloso.

Al principio, Zoltán se resistió, pero viendo la sinceridad en los ojos de Hugo, algo cambió dentro de él. Lentamente, se levantó y, por primera vez en mucho tiempo, sonrió con genuina gratitud.

—Gracias, Hugo. Quizás, he estado equivocado todo este tiempo.

Desde ese día, Zoltán y Hugo trabajaron codo a codo, ayudando y protegiendo a los habitantes de Aqueronte. La colina brillante se convirtió en un faro de esperanza y unión para todos, donde la envidia y la soledad no tenían cabida.

Y así, Hugo, el hipopótamo volador, no solo fue recordado como un héroe, sino como un amigo que enseñó que el poder más grande de todos era el amor y la compasión hacia los demás, incluso hacia aquellos que parecían haberse perdido en la sombra.

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