En las aguas cristalinas del océano Azur, flotaba un barco tan peculiar como mágico. No era un barco cualquiera, sino una embarcación construida enteramente de brillantes y coloridos bloques de construcción, que destellaban con los rayos del sol como si fueran pequeñas gemas sobre las olas. Este barco era el hogar de un hada que, con una sonrisa siempre dibujada en su rostro, velaba por los sueños y aventuras de todos los seres del reino marino.
—¡Buenos días, señor Pulpo! —saludó el hada al octópodo que, con sus tentáculos, pintaba un lienzo submarino con arena de coral.
—¡Buenos días! Hoy es un día perfecto para crear arte —respondió el pulpo, sin dejar de adornar su obra con destellos de mil colores.
El hada continuó su camino, revoloteando por encima de las olas, haciendo piruetas y dejando tras de sí una estela de burbujas irisadas. Aunque su corazón rebosaba de alegría, un sentimiento de curiosidad se apoderaba de él cada vez que miraba su barco. ¿Por qué estaría hecho de bloques de construcción? ¿Y cuál sería el origen de tales piezas mágicas?
El hada sabía que los bloques no eran ordinarios; cada uno de ellos había sido creado por las risas de un niño en algún lugar del mundo. Con cada carcajada infantil, un nuevo bloque aparecía en el barco, añadiendo color y forma a la embarcación que ahora alzaba su velamen de sueños.
—¡Despierta, hada de los mares! —gritó una voz ronca y amistosa.
Era el Capitán Cangrejo, el viejo lobo de mar que dirigía el barco de bloques con múltiples antenas.
—Hoy nos espera una misión importante —anunció el capitán, ajustándose el sombrero en forma de concha—. Hay rumores de una isla desaparecida, que resurge cada cien años. ¡Y hoy cumple eseselnos!
El hada, emocionado por la idea de una nueva aventura, asintió con entusiasmo y se disponía a preparar su barco mágico. Voló por entre las cuerdas y mástiles, comprobando que cada bloque estuviera en su lugar, que las velas de nácar se hincharan con la brisa y que los delfines mensajeros llevaran la noticia de la expedición.
—Necesitaré toda la ayuda posible —pensó el hada. Con un chasquido de sus dedos, convocó a las criaturas marinas.
—¡Buenos días, Gran Tortuga! —dijo el hada a la vieja tortuga que emergió junto al barco—. Necesitamos tu sabiduría para encontrar la isla desaparecida.
—Bajo la luna llena, sigan la corriente de plata hasta donde la alga flota sin raíz —murmuró la tortuga, con su voz profunda y pausada.
Armados con esa pista, zarparon. La tripulación, formada por peces de colores, estrellas de mar y hasta graciosos caballitos de mar, trabajaba en armonía. Navegaban siempre hacia adelante, siguiendo la trayectoria que la tortuga les había marcado, hacia un punto donde el mar y el cielo parecían unirse en un abrazo eterno.
La noche cayó y la luna llena se levantó majestuosa, reflejando un camino plateado sobre el mar. El hada, con su varita en alto, dirigía la travesía, observando cómo las olas susurraban y danzaban a su alrededor.
—Debemos estar atentos a la señal —advirtió el capitán Cangrejo—. Cualquier destello o movimiento inusual podría ser la isla manifestándose.
Y entonces sucedió. Una luz esmeralda brilló a lo lejos, y el mar comenzó a burbujear suavemente. Los bloques de construcción del barco vibraron, como si reconocieran la presencia de un antiguo encantamiento.
—Es allí —aseguró el hada con emoción—. ¡Avancen a toda vela!
Cuando llegaron a la fuente de la luz, se asombraron al ver cómo surgía la isla, como si estuviera hecha de la misma magia de los sueños. Playas de arenas doradas, palmeras que bailaban con la brisa y un inmenso arcoíris de cascadas adornaban su paisaje.
—Bienvenidos a la Isla de Ecos Eternos —pronunció una voz que parecía venir de la propia isla—. Solo aquellos de corazón puro y espíritu aventurero pueden visitar mi dominio cada cien años.
El hada y la tripulación desembarcaron, rodando por la fina arena. La isla estaba habitada por criaturas maravillosas: pájaros con plumas de diferentes tonos de la aurora boreal, monos juguetones que colgaban de lianas musicales y flores que tarareaban melodías en el aire.
—Están aquí para descubrir un secreto antiguo —continuó la voz, que ahora se materializaba en una figura de luz—. Su barco de bloques de construcción es un tesoro de este mundo, pero necesita algo más para completar su magia.
El hada miró alrededor, sin saber qué más podría necesitar su preciado barco.
—El último bloque —dijo la figura de luz—, creado por la risa más sincera y pura de un niño, está aquí, en la isla. Deben encontrarlo antes del amanecer, cuando la isla volverá a desaparecer por otros cien años.