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El descubrimiento galáctico del astronauta

En un exuberante prado verde en la base de una colina imponente, un astronauta solitario se puso de pie, contemplando el cielo con una chispa de curiosidad en los ojos. La colina les hizo señas, su cima escondida en un velo de niebla, susurrando secretos de aventura y misterio. El astronauta sintió un hormigueo de emoción correr por sus venas, listo para embarcarse en un viaje diferente a cualquiera que hubieran conocido.

Cuando comenzaron su ascenso, la colina parecía cobrar vida a su alrededor. Flores vibrantes florecieron a sus pies, extendiéndose sus pétalos como guiando el camino. El aire zumbaba con el zumbido de pequeños insectos, cada uno de ellos un pequeño explorador en esta vasta naturaleza. El sol colgaba en lo alto del cielo, proyectando un cálido resplandor dorado que bañaba todo con una luz suave.

– ¿Qué maravillas me esperan en la cima de esta colina? el astronauta reflexionó en voz alta, con la voz llena de asombro.

Sus pasos eran ligeros y ansiosos mientras subían cada vez más alto, cada paso los acercaba a lo desconocido. En el camino, se encontraron con criaturas de todas las formas y tamaños –, un viejo búho sabio posado en una rama, con los ojos brillantes con conocimientos antiguos; un zorro juguetón que se lanza a través de la maleza, con la cola girando como una pincelada sobre un lienzo.

– ¡Saludos, compañeros de viaje! el astronauta llamó a sus nuevos amigos, con el corazón rebosante de alegría.

Pero no fueron sólo los habitantes de la colina los que cautivaron la atención del astronauta. A medida que avanzaban, descubrieron cristales brillantes escondidos entre las rocas, cada uno de los cuales era una galaxia en miniatura propia. El aire se enfrió a medida que ascendían, llevando consigo el aroma de agujas de pino y aventuras.

– ¡Qué maravilloso! el astronauta exclamó, agachándose para examinar un cristal particularmente deslumbrante. Estos deben ser fragmentos de las propias estrellas.

Con cada paso, el astronauta sentía que su espíritu se elevaba más alto, impulsado por la emoción de lo desconocido y la promesa de descubrimiento. La colina se había convertido en su patio de recreo, un lienzo sobre el que pintar su imaginación. Y por fin llegaron a la cima, donde les esperaba una vista impresionante.

Ante ellos se extendía una vasta extensión de cielo, plagada de estrellas centelleantes y galaxias arremolinadas. El aliento del astronauta les atrapó en la garganta, con los ojos muy abiertos y asombrados ante el tapiz cósmico que tenían ante sí. La colina les había concedido una visión del infinito, un recordatorio de la inmensidad del universo y su lugar dentro de él.

Mientras estaban allí, bañados por la luz de las estrellas, una sensación de paz se asentó sobre el alma del astronauta. Sabían entonces que su viaje no había consistido sólo en llegar a la cima de una colina, sino en abrazar lo desconocido y seguir sus sueños a dondequiera que condujeran.

– Gracias, Hill, por este maravilloso regalo, susurró el astronauta, con el corazón rebosante de gratitud.

Y cuando comenzaron su descenso colina abajo, un solo pensamiento resonó en su mente – que en la vida, como en el vasto cosmos de arriba, el trabajo siempre recompensa.

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