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La Reina y el Secreto del Hombre Lobo en el Avión Dorado

En el cielo azul pintado de nubes de azúcar, volaba el más grandioso de los aviones jamás construidos, hecho de metal brillante que reflejaba los rayos del sol como si fuera oro puro. Los pasajeros a bordo eran un surtido de personajes fascinantes de todos los rincones del mundo, pero ninguno se comparaba en majestuosidad con la Reina Viajera, Una.

Una era conocida en todos los reinos por su curiosidad insaciable y su valentía. Tenía cabellos que brillaban como los campos de trigo al atardecer y ojos tan profundos como el océano. No llevaba corona, pues su reinado no era de un país, sino de aventuras. Aquel día, se hallaba en busca de un tesoro perdido en las Islas de la Luna Espejada.

Entre los pasajeros, había un ser de imponente estatura cubierto de una capa que ocultaba su rostro, llamando poderosamente la atención de Una. A medida que el avión cortaba las nubes como una embarcación surca las olas, algo en el ambiente se sentía misterioso.

— Saludos, viajero de la capa — dijo Una, con una voz firme pero amigable, acercándose al desconocido.

— Buen día, Alteza — contestó el ser, con una voz que sonaba como el viento otoñal a través de las hojas secas. — ¿Qué la trae por estos aires?

Una sonrió con cortesía y respondió:

— Estoy en busca de las joyas del tiempo, se dice que una de ellas yace en las Islas de la Luna Espejada. ¿Y usted, señor…?

— Llamadme Lupo — dijo, haciendo una leve reverencia.

Mientras Una y Lupo platicaban, una pequeña turbulencia sacudió el avión, pero la piloto, una mujer con habilidades para navegar entre tormentas, lo mantuvo en curso con su destreza.

— Incluso en el aire, la travesía puede estar llena de sorpresas — comentó Una.

— Así es — afirmó Lupo —, al igual que en la vida misma.

La conversación se vio interrumpida por un destello súbito de luz que provenía de un compartimento cercano. Movida por la curiosidad, Una se dirigió hacia el brillo y descubrió una fotografía antigua, borrosa por los años pero claramente importante. Mostraba a un hombre joven y sonriente con los brazos alrededor de un ser que parecía ser medio humano, medio lobo.

— ¡Qué hallazgo tan extraño! — exclamó Una. — ¿Puede ser esto de usted, Lupo?

Lupo, al ver la foto, palideció debajo de su capa, y sus ojos se ensancharon con una mezcla de sorpresa y anhelo.

— Es un recuerdo de tiempos que creía olvidados — admitió con melancolía.

— Discúlpeme si he traído a colación recuerdos dolorosos — dijo Una con tacto.

— No, es justo lo contrario — respondió él. — Hay historias que no deben quedar en la sombra.

Lupo tomó la fotografía cuidadosamente y, al hacerlo, la capa que lo cubría se deslizó un poco, revelando una mano parcialmente cubierta de pelaje grueso y oscuro.

La Reina, aún sin comprender completamente, escuchó con atención. Lupo comenzó a contarle su historia:

— Algunos me llaman hombre lobo — comenzó, su voz ahora un murmullo casi musical. — Pero mi verdadera historia es la de un muchacho que fue bendecido, o algunos dirían maldecido, bajo la luz de una luna llena particularmente encantada.

La narración de Lupo era intensa y vibrante, pese a su tono suave. Relató cómo había aprendido a convivir con su doble naturaleza y a utilizar su poder lupino para proteger a los viajeros que se aventuraban durante las noches más oscuras. La Reina escuchaba fascinada, imaginando los escenarios y personajes que Lupo describía con tal vívida emoción.

Mientras los dos conversaban, el avión continuaba su viaje, volando a través de cielos pintados de carmesí y violeta al acercarse el atardecer. La historia de Lupo y la misión de Una parecían trenzarse entre sí como los hilos de un tapiz antiguo.

— Y ahora, querida reina — dijo Lupo, con una mirada llena de determinación, — me acompañas en una búsqueda tan enigmática como la mía.

Una asintió, sentía que este encuentro no era una casualidad. Una y Lupo compartían un espíritu aventurero que iba más allá de lo ordinario.

— De alguna manera, siento que nuestras historias están entrelazadas — dijo ella con una sonrisa. — Quizás las joyas del tiempo y tu pasado comparten una conexión.

Luego de horas, el avión comenzó su descenso. La tierra se asomaba a lo lejos como un vasto rompecabezas de verdes y azules. Una y Lupo se prepararon para desembarcar, sabiendo que la verdadera aventura apenas comenzaba.

El destino los llevó a pisar las Islas de la Luna Espejada, un lugar donde el suelo reflejaba el cielo como si fuera un espejo gigante. La foto se había convertido en el primer hilo de una trama mayor, y ambos sabían que, juntos, desentrañarían el misterio del pasado de Lupo y encontrarían las joyas perdidas del tiempo.

Con cada paso que daban en esa tierra mágica, se adentraban más en sus secretos y leyendas, descubriendo que, a veces, la valentía reside en aceptar nuestra propia historia y compartir nuestras verdades con el mundo. Y así, Una y Lupo, la reina y el hombre lobo, dejaban atrás la seguridad del avión dorado para sumergirse en la magia de un viaje sin precedentes.

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