En el corazón de un bosque encantado, bajo la sombra de árboles que tocaban el cielo con sus ramas, vivía una mariposa de alas azules como el mar. Su nombre era Azurina, por el color tan especial de sus alas. Azurina amaba aventurarse más allá de lo conocido, buscando misterios entre los susurros del viento.
Una tarde, mientras el sol empezaba a esconderse detrás de los altos árboles, Azurina notó algo que nunca antes había visto. Era una casa, pero no una cualquiera, esta se veía antigua y llevada por el tiempo, con ventanas que parecían ojos que todo lo veían y una puerta que rechinaba como si contara historias del pasado. Aunque le habían advertido de las leyendas que rondaban sobre una casa embrujada en el bosque, la curiosidad podía más que ella.
—Debo explorar ese lugar, podría descubrir algo increíble —se dijo a sí misma con un vuelo titubeante hacia la casa.
Al acercarse, la puerta se abrió como por arte de magia, invitándola a entrar. Azurina dudó un momento, pero su alma aventurera tomó la decisión por ella. En el momento en que sus pequeñas patitas tocaron el suelo del interior, un mundo diferente se reveló ante sus ojos. La casa, lúgubre por fuera, estaba llena de colores y espejos por dentro, creando un laberinto de reflejos infinitos.
De repente, escuchó un sonido, como el de pasos delicados danzando en el suelo. Siguiendo la melodía, encontró a una bailarina, cuya gracia y belleza eran indescriptibles. Vestía un tutú que parecía hecho de luz de luna y sus pasos no tocaban el suelo, flotaba en una danza etérea.
—Buenas noches, pequeña mariposa. ¿Qué te trae a este lugar olvidado? —preguntó la bailarina con una voz tan suave como una caricia.
—Estaba explorando el bosque y me topé con esta casa. ¿Quién eres tú? —Azurina respondió, fascinada por la presencia de la bailarina.
—Soy Elara, la guardiana de este refugio mágico. Esta casa alberga los sueños y deseos de aquellos que se atreven a soñar. Pero, me temo, hace mucho que nadie visita este lugar.
Azurina, con la inocencia de una criatura nacida para admirar la belleza del mundo, propuso una idea brillante.
—¿Y si hacemos que esta casa vuelva a ser visitada? Podemos mostrarle al mundo que este lugar no es de temer, sino un rincón lleno de magia y esperanza.
Elara sonrió, iluminada por la idea. Juntas, trazaron un plan. Cada noche, Azurina volaría fuera del bosque, atrayendo a los curiosos con el brillo especial de sus alas azules. Mientras tanto, Elara prepararía la casa, transformando cada rincón en un espectáculo de danza y luz.
Pasaron las noches, y poco a poco, niños y niñas, guiados por la mágica luz de Azurina, se acercaban a la casa. Al principio con miedo, pero luego maravillados por lo que encontraban. Elara les enseñaba a bailar, les hablaba de los sueños y cómo perseguirlos, mientras Azurina revoloteaba entre ellos, llenando el ambiente de alegría.
Con cada visita, la casa embrujada perdía su fama de ser un lugar de miedo, para convertirse en un refugio de sueños. Niños de todas partes venían para aprender a bailar con Elara, y al caer la noche, bajo el cielo estrellado, la casa brillaba con luces de colores, música y risas.
Azurina y Elara se convirtieron en leyendas del bosque, guardianas de los sueños y la esperanza. La casa embrujada era ahora la Casa de los Sueños, un lugar donde todos eran bienvenidos para compartir sus deseos más profundos y aprender que, con valentía y amistad, cualquier miedo puede superarse.
Y así, Azurina y Elara continuaron su misión, esparciendo magia y alegría, demostrando que incluso los lugares más inesperados pueden esconder tesoros inimaginables, si solo se mira con el corazón.