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La Magia de la Cascada y el Misterioso Partido de Fútbol

En las profundidades de un bosque encantado, cristalinas gotas de agua bailaban a la luz del sol creando un arcoíris que parecía susurrar historias antiguas. Al pie de la cascada más luminosa, que tejía en el aire cortinas de perlas, se alzaba la silueta de un mago que cada día tejía sortilegios en armonía con el murmullo del agua.

El mago, conocido en todo el bosque por sus milagrosas pociones y hechizos llenos de luz, llevaba hoy un capote bordado con estrellas que parpadeaban al compás de su varita mágica. Pero no todo era paz en aquel lugar de ensueño. El mago se encontraba frente a un enigma que desafiaba su vasta sabiduría: cada atardecer, una melodía se escondía entre el ruido acuático, una canción suave que parecía invitar a un juego desconocido.

— ¿Qué misterio ocultarás entre tus aguas susurrantes? —preguntó el mago, su voz era tan suave como la brisa que acaricia las hojas.

Justo en ese momento, del otro lado de la cascada, apareció una sombra veloz que se movía con la gracia de un bailarín entre los destellos del agua. Era un jugador de fútbol, cuyos regates y jugadas habían encantado a multitudes más allá de los bosques, en campos donde la hierba era testigo de hazañas sin igual.

Vestido con una indumentaria de vivos colores que competían con el arcoíris, el jugador pasó el balón entre sus pies con una destreza que dejaba sin aliento. Pero hoy no había ni cancha, ni rival, ni gol, solo el sonido de la cascada y el silbido de una extraña armonía.

— ¿Eres acaso la fuente de esta melodía que me llama? —interrogó el jugador de fútbol, notando la presencia del mago al otro lado del manto de agua.

El mago, intrigado por tan inesperado encuentro, sacó su más preciado objeto, un walkie-talkie con el poder de transmitir pensamientos y sentimientos a través de las distancias que separan corazones.

—Recibe mis saludos, invocador del esférico en danza —la voz del mago llegó clara a través del aparato —. Temo ser un simple admirador del enigma que nos convoca bajo esta cascada.

El jugador, sorprendido y curioso, pulsó el botón para responder:

— Encuentro en tu voz la curiosidad que guía mis pies. ¿Buscamos acaso el mismo misterio aquí donde el agua dibuja su propio cielo?

Ambos, desde lados opuestos de la cascada, intercambiaron suposiciones y teorías. Cuentos de hadas y leyendas de antiguos partidos donde el balón cruzaba portales a mundos maravillosos. Decidieron, entonces, unir fuerzas para desentrañar aquel misterio que las notas musicales cuidaban.

Con un hechizo suave y susurrante, el mago subyugó las aguas, abriendo un camino entre ellas. Pisada a pisada, cada quien avanzaba hacia el encuentro. Y ahí, en el centro de ese pasillo acuático, mago y jugador estrecharon manos, aunque sus mundos parecían tan distintos en esencia.

— Mi magia se nutre de los secretos de la tierra y el cielo —explicó el mago, observando con atención el balón que el jugador no soltaba ni un segundo.

— Y mi juego es un arte que hermana a las almas bajo un mismo latir —contestó el jugador, impresionado por el destello de las estrellas en el ropaje del mago.

Juntos, avanzaron hacia el lugar donde la cascada susurraba su canción más fuerte. El mago elevó su varita y de ella salió un resplandor que iluminó el agua, mostrando un portal que palpaba al ritmo mismo de la melodía.

— La puerta se ha abierto por voluntad del juego y la magia —proclamó el mago, al tiempo que el jugador asentía con emoción.

Valientes y decididos, adentraron juntos en el portal. Al otro lado, se encontraron con un estadio fantástico donde las gradas estaban cubiertas de flores y los espectadores eran criaturas mágicas de todo tipo, esperando en silencio.

En el centro del campo, un solitario balón flotaba, irradiando una luz que parecía contener todas las melodías. Al comprender, el jugador tomó posición, y con una hábil jugada, hizo viajar el balón por todo el campo, que se elevó como si tuviera alas, pasando por aros de luz que aparecían en su camino.

— ¡Esa ha de ser la llave! —exclamó el mago, comprendiendo que el juego era la forma de desvelar los secretos de aquel lugar.

Cada acierto del jugador era un acorde en la sinfonía, cada movimiento una nota que ascendía hacia una armonía perfecta. El mago, con su magia, moldeaba los aros de luz y protegía el entorno creando un aura de protección alrededor del campo.

Al finalizar la ronda, el balón se posó en el centro del campo y la música alcanzó una cima gloriosa. Las criaturas mágicas aplaudieron con alegría y el estadio se iluminó de puro resplandor. Del balón emergió un espíritu radiante, la esencia de la cascada y la música reunidas en un ser de luz.

— Gracias, valientes del juego y la ilusión —dijo el espíritu con una voz que era un eco de armonías —. Habéis restaurado el equilibrio entre nuestro mundo y el de los hombres al unir dos poderes tan antiguos como el tiempo mismo.

El mago y el jugador se miraron, orgullosos y contentos de haber participado en un evento tan inusitado. El espíritu les obsequió dos gemas, una para cada uno, que llevarían consigo como recordatorio de aquel momento mágico donde amistad y colaboración habían vencido cualquier misterio.

Agradecidos y llenos de nuevas historias para contar, regresaron a través del portal a la cascada, donde se despidieron con la promesa de siempre estar listos para cuando la magia y el fútbol decidieran encontrar un nuevo campo de juego en el vasto universo del misterio y la aventura.

Y así, el mago volvió a sus encantos y el jugador de fútbol a los estadios y los goles, pero cada uno llevaba en su corazón el eco de una melodía que les recordaría por siempre el día en que la magia y el juego se encontraron bajo la cascada y desentrañaron un enigma más allá de cualquier imaginación.

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