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El Dragón y el Bombero de los Cuentos

En el corazón de un bosque encantado, oculto entre los susurros de los árboles y los secretos que guardan las criaturas del musgo, se erigía una choza solitaria hecha de madera antigua y suspiros de historias pasadas. Esta no era una choza común, pues sus paredes estaban cubiertas de enredaderas que, en lugar de flores, brotaban con hojas de colores y páginas de libros.

Dentro de la morada vivía un dragón singular cuyo aliento no destilaba fuego, sino chispas de imaginación. Su piel estaba adornada con patrones que recordaban a las tapas de los volúmenes más maravillosos que los humanos pudieran concebir, desde cuentos de hadas hasta crónicas de piratas y corsarios.

—¡Ah, qué día tan espléndido para sumergirse en un nuevo capítulo! — susurró el dragón, al desplegar con delicadeza las alas bajo el cálido abrazo del amanecer que se colaba por la ventana de su choza.

Precisamente entonces, un libro entre miles llamó su atención, su portada brillaba con un dorado que rivalizaba con los rayos del sol. Era un tomo antiguo y en su lomo estaba grabado Los Secretos del Fuego. El dragón, movido por una curiosidad irrefrenable, extendió su garra y lo trajo hasta su regazo.

—Seguro guardas relatos de llamas y cenizas jamás contados —murmuró emocionado, abriendo el libro con cuidado.

Pero, tan pronto como las primeras palabras se hicieron visibles, un resplandor anaranjado surgió de las páginas, envolviendo la habitación en un torbellino de destellos y sombras danzantes. El dragón, lejos de asustarse, observó con ojos chispeantes cómo de esa luminosidad brotaba una figura que poco a poco se tornaba más sólida.

Antes de que las últimas luces del resplandor se extinguieran, ante el dragón se encontraba un bombero. Llevaba un casco resplandeciente y una chaqueta que parecía resistir las ardientes garras de cualquier incendio. Su mirada era tan intensa como calmada, reflejando la valentía de quien se ha enfrentado a los rugidos del fuego.

—Saludos, noble criatura de historias —dijo el bombero, inclinando su cabeza en señal de respeto—. He sido enviado desde las páginas de este libro para compartir contigo una aventura sin igual.

El dragón entornó los ojos, meditativo, y luego asintió con una gracia que contradecía su tamaño.

—Una aventura suena a una melodía que desearía bailar —respondió—. ¿Pero cuál es la melodía que debemos seguir, amigo de las llamas domadas?

El bombero se acercó a la ventana por donde se colaba la aurora y señaló hacia el horizonte, donde una columna de humo oscuro se alzaba desafiante sobre la copa de los árboles.

—Mi misión es proteger, y parece que el bosque clama por auxilio —explicó—. Un antiguo poder ha sido liberado, y juntos debemos evitar que las llamas de la destrucción consuman cada relato, cada sueño que reside en este lugar.

El dragón, con el corazón retumbando como tambores de guerra antigua, cogió el libro y lo cerró, asegurando el secreto dentro de sus tapas una vez más.

—Pues vamos, alada lucha espera, y este dragón no teme a las pruebas que el destino tenga preparadas.

Así, sin más demora, el dragón y el bombero se embarcaron en su travesía. A través del laberinto de los árboles y sobre la alfombra de hojas que susurraban con cada paso, avanzaron a la fuente del humo.

En el camino, se encontraron con habitantes del bosque, desde la más pequeña de las ardillas hasta el más sabio de los búhos, todos inquietos por el extraño humo que teñía el cielo. Narrando historias de valentía y magia, el dragón y el bombero insuflaron coraje en los corazones temerosos y reunieron aliados en su cruzada contra la intrusiva oscuridad.

Finalmente, llegaron al origen de la amenaza. Un gigantesco hoguera arrojaba llamas al cielo, como si intentase devorar las nubes. Pero estas no eran llamas comunes, pues danzaban con malicia y una voz retumbaba desde su interior, una voz que tejía cuentos de destrucción.

—Por cada página que arda, una historia se pierde —lamentó el bombero, su semblante ahora marcado por la sombra de la urgencia.

—Y por cada historia que se pierde, un mundo deja de existir —añadió el dragón, su voz un eco profundo de determinación.

El desafío era claro, y juntos formularon un plan. Mientras el dragón distraía al fuego malévolo con sus adivinanzas y rompecabezas, el bombero apuntaba al corazón de las llamas embravecidas, donde se ocultaba el núcleo de su poder. Usando su conocimiento del fuego y el agua, creó una neblina mágica que, en lugar de extinguir, abrazaba y calmaba la ira del fuego.

Las llamas, confundidas por el atípico enfoque, comenzaron a amainar y la voz en su interior a debilitarse. Reveló entonces su origen: era un espíritu antiguo de un cuento olvidado, enojado por haber sido dejado en el olvido.

—Ningún relato merece ser olvidado y cada uno tiene un lugar en el gran tejido de la narrativa —dijo el dragón, extendiendo una garra conciliadora hacia las llamas que ahora temblaban como una hoja ante el otoño—. Ven, regresa al libro y serás narrado una y otra vez, revivirás en la mente de quienes sueñan y en la voz de quienes cuentan historias.

El espíritu, tocado por las palabras del dragón y calmado por la maestría del bombero, aceptó la oferta. Con un suspiro que fue como el murmullo de miles de palabras, se dejó llevar de vuelta al libro, y la hoguera se extinguió, dejando en su lugar un jardín de cenizas que prometían una nueva vida, como el final feliz que sigue a toda prueba en los cuentos.

Con la misión cumplida, el bombero se despidió del dragón con una reverencia.

—Gracias, compañero de aventuras —dijo con una sonrisa que iluminaba el nuevo día—. Recuerda que nuestra historia es ahora parte del gran cuento, y siempre estaré a una página de distancia.

Y así, con un destello de la luz que solo los cuentos pueden tener, el bombero se desvaneció de la vista, dejando al dragón con un sentimiento de gratitud y una historia más para guardar en su corazón. La choza, una vez más, se llenó de la risa y el susurro de las páginas que esperaban ser exploradas.

El dragón, mirando hacia el futuro, sabía que las aventuras seguirían llegando, y que cada una de ellas sería un hilo más en la inmensa y colorida manta de historias que vuelan más allá del fuego y del tiempo, siempre listas para encender la imaginación de aquellos dispuestos a soñar.

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