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El Camello y el Secreto de la Sabana

En un rincón polvoriento y olvidado de la vasta sabana, donde las hierbas altas susurraban secretos antiguos y el sol quemaba sin piedad, había un camello de largas pestañas y joroba imponente que amaba contar historias. Este camello, conocido por todos como Calíope, era muy respetado en la sabana, pues su sabiduría era tan extensa como las dunas de arena que conocía como a sus propios hijos.

Un día, mientras el cielo pintaba tonos naranja y rosa al atardecer, Calíope descubrió un objeto extraño y brillante parcialmente enterrado entre las acacias. Con su hocico, desenterró cuidadosamente lo que parecía ser un ordenador, algo que había visto en sus viajes pero que no tenía lugar en la vasta extensión de la sabana. Con curiosidad, toqueteó el artefacto, que chirrió y parpadeó antes de mostrar una pantalla llena de cifras y letras que bailaban ante sus ojos.

—¿Pero qué tenemos aquí? —murmuró el camello, acariciando las teclas con sus labios secos.

El ordenador, más travieso que una manada de monos, comenzó a emitir sonidos y a desplegar imágenes de lugares lejanos, historias de otros tiempos y espacios. Calíope, fascinado, no notó la presencia de una sombra que se aproximaba, una figura alta y misteriosa que emergía como un susurro del crepúsculo de la sabana.

—Buenas noches, noble viajero —dijo la silueta con una voz que era un gruñido suave—. Veo que has encontrado algo interesante.

Calíope se sobresaltó, levantando la vista hacia el recién llegado, un hombre lobo de pelaje plateado y ojos como dos lunas llenas. La criatura irradiaba una nobleza salvaje y una fuerza sutil. El camello sabía que las historias hablaban de criaturas como él, guardianes de la sabana que se movían entre las sombras, pero nunca había creído que serían más que cuentos para asustar a los cachorros.

—Sí, es un artilugio extraño que no parece pertenecer a este lugar —respondió Calíope, ocupando su lugar cerca del ordenador—. ¿Sabes tú acaso de dónde viene o qué propósito tiene?

El hombre lobo observó el artefacto con una mezcla de curiosidad y precaución.

—Solo he oído leyendas —admitió con un tono misterioso—. Leyendas de una verdad oculta que se desvela bajo la luz de la luna llena, una verdad que ha sido custodiada por generaciones.

Calíope, estimulado por el misterio, decidió unir fuerzas con el hombre lobo para desentrañar los secretos que el ordenador pudiera poseer. Juntos, viajarían a lo largo de la sabana, preguntando a la noche y sus criaturas, explorando cada documento, cada juego y cada código que el artefacto revelara.

La primera noche los llevó a la colina de los leones, donde el ronroneo suave de los felinos en reposo guardaba ecos de historias no contadas.

—Saludos, majestades —comenzó Calíope con respeto—. Nos preguntábamos si sabrían algo sobre este objeto que guarda secretos antiguos.

Los leones, con la dignidad que solo la realeza posee, negaron con sus cabezas, pero uno de los cachorros, más valiente y curioso que el resto, se acercó a los viajeros y tocó la pantalla luminosa.

—Papá una vez habló de una caja de luces que concedía conocimiento y poder —dijo el joven león.

—Pero también advirtió que el saber viene con responsabilidad —añadió la leona madre con una mirada que destellaba sabiduría—. Hay verdades que son difíciles de aceptar y que pueden cambiar el curso de nuestras vidas.

Las palabras de la leona tocaban el corazón de la verdad que buscaban Calíope y el hombre lobo. Agradecidos, continuaron su travesía bajo el manto de estrellas, dejando que la luna iluminara su camino y guiara sus pasos hacia el siguiente encuentro con el destino.

La sabana, nunca aburrida ni silenciosa, les presentó desafíos y compañía en su búsqueda. Hablaron con las avestruces veloces, cuyas patas pisaban la verdad más veloz que el viento, y con las serpientes sabias, cuyos susurros sibilantes entrelazaban enseñanzas antiguas.

Cada animal aportaba una pieza al rompecabezas que poco a poco cobraba forma en el corazón del ordenador, cada pista llevaba a una comprensión más profunda de lo que significaba la verdad y cómo esta influía en la vida de la sabana.

—La verdad es como el agua —meditó una anciana tortuga mientras tecleaba con lentitud en el ordenador—. Puede fluir suavemente y dar vida, o puede ser tan implacable como una inundación que arrastra todo a su paso.

Nuestras historias, al igual que las aguas de un río, tenían el poder de nutrir el alma o de arrasar con las verdades que considerábamos firmes e inamovibles. El hombre lobo y Calíope, de corazón cada vez más unido en su cometido, sentían que estaban a punto de descubrir el núcleo de la verdad que albergaba la máquina de enigmas.

Fue en la oscuridad de una noche sin luna cuando el ordenador, después de semanas de diálogo y descubrimiento, reveló su último secreto. La pantalla se iluminó con una intensidad cegadora y mostró una serie de imágenes entrelazadas, una historia de la sabana donde cada criatura era esencial, donde cada vida tenía un valor incalculable y donde la verdad no era más que el reflejo del equilibrio natural.

—Comprendo ahora —dijo el hombre lobo mientras una lágrima plateada recorría su mejilla—. La verdad no es algo que deba buscarse para dominar o para temer, sino para convivir con ella, aprender y crecer.

Calíope asintió, mientras su joroba se erguía orgullosa bajo las estrellas.

—La verdad siempre prevalece, no porque sea fuerte o poderosa, sino porque es la esencia misma de la vida —reflexionó el camello en una voz que abrazaba la vastedad del desierto.

El ordenador se apagó lentamente, como si hubiese entregado todo lo que había venido a ofrecer. El hombre lobo y el camello, cambiados para siempre por la aventura compartida, sabían que su misión no había terminado. Llevarían la verdad que habían aprendido a cada rincón de la sabana, uniendo a las criaturas con las historias que ahora llevaban escritas en sus almas.

Porque al final, en las profundidades del corazón de cada ser que camina, vuela o se arrastra por esta tierra, reside una verdad que espera ser descubierta, una verdad que une y que trasciende, como las estrellas que parpadean promesas eternas en el cielo nocturno de la sabana.

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